Recordar el tejido de la Distancia
Sobre la resistencia a la distancia, el pánico ante lo que puede entregarme, y los recordatorios de un viaje transoceánico
*Escuchar en las distancias que necesitan antídotos para las ganas de estar cerca.
Estudié en un colegio en el que veíamos algunas materias por épocas: no las veíamos un día o dos todas las semanas; en cambio, durante un mes teníamos un bloque “principal” -las primeras 2 horas del día- que era de matemáticas por ejemplo; o de Química, Español, Historia, Geografía…. Una vez terminaba el mes, pasábamos a otra. Así teníamos meses sin ver varias materias de forma intensa, poniendo el foco en una y atendiendo en el resto del día otras que usualmente no eran épocas, sino parte del horario cotidiano (Arte, Música, Inglés, Manualidades, Ed. Física). A las que dejábamos de ver “las olvidábamos” por un rato mientras estudiábamos las otras, para más tarde en el año volver y explorar nuevos conceptos, recordar lo que no habíamos visitado, mirar lo que habíamos comprendido y lo que definitivamente seguía siendo un limbo inentendible en nuestros universos en construcción. Esto atendiendo a propuestas de Rudolf Steiner y Goethe sobre la importancia del olvido, de dejar descansar, de llevar también el “conocimiento” a períodos de sueño o hibernación -de inactividad, de reposo, de invierno para integrarlos. De digestión. Implicaba extrañar las materias favoritas y también las personas favoritas que las enseñaban. A su vez, estar en contacto de forma sostenida con ellas un mes completo todos los días y claro, como consecuencia también traía estar atrapados con otras menos favoritas durante el mismo tiempo que en dimensiones de humana de 12 años es un período considerablemente laaaargo.
Podría traer otras maneras de poner en evidencia lo sabio que es dormir, distanciarnos, olvidar, aquietarme, dejar que reposen las exploraciones profundas que hago en cualquier dimensión de mi vida. Lo hago con el colegio donde viví por 8 horas diarias desde los 6 años hasta los 16, en un intento por darle la fuerza que le corresponde a una experiencia que me ha atravesado desde el cuerpo mismo, antes de siquiera poder comprenderlo intelectualmente. Así y todo, en los últimos años he respondido a experiencias que me piden distancia aferrándome con el pánico de soltarme y dejar que reposen. He respondido con las manos casi contracturadas de lo fuerte que aprieto por el miedo a que en la distancia, el invierno y las muertes que me proponen, desaparezcan y las pierda. Digo experiencias, me he aferrado a relaciones, para ser más específica y honesta. Y no hablo de poner distancia en las relaciones que piden nutrición, presencia y cuidado; no hablo de ahora des-cuidar ese espacio que se teje entre dos o tres o más y es refugio para abrigarse, disfrutar, restaurarse y descansar o celebrarse cuando cualquiera de quienes han tejido así lo quiere y lo necesita.
*Refugio
Hablo de las situaciones en las que es evidente que hay lejanía, un burbujeo en medio pidiendo abrir espacio, pidiendo olvido, pidiendo sueño. Pidiendo dejar de ingerir la información misma de la interacción para poder hacerle digestión a lo que ha pasado ya, y yo me resisto. Puedes imaginar cómo sería comer sin parar nunca, sin distanciarnos de ese acto de ingerir alimentos, como una acción continua de masticar y tragar, que no deja espacio para el Vacío ni para el tiempo que toma absorber los nutrientes de lo que no tiene ya tiempo de ser nutricio por la avalancha que viene encima sin respiro. Esto en la manera de relacionarnos, así en la manera de entrelazarnos.
El cuerpo, el cuerpo me ha traído estas letras después de descansar un día entero, de olvidar por varios días un movimiento y entrenarlo luego. El cuerpo que ha guardado las “épocas principales” en las que no tenía miedo de que se me olvidara para siempre multiplicar o restar fraccionarios por no hacerlo todos los días, va trayendo esos cofres de la confianza que se abren cuando convoco y recuerdo a la niña que se saboreaba también los olvidos. Hace un mes estoy viviendo con una distancia evidente -física- entre mis manos y los lugares de los que me aferraría -atravieso por supuesto, el desafío actual de las posibles cercanías cibernéticas-, mi cuerpo tejido con esa niña que se amalgamó adentro me recuerda lo bien que vienen las Pausas, los días durmiendo, los momentos de quietud, los olvidos, cuando vuelvo a intentar unos pull ups o unas sentadillas después de una semana de fortalecer otros lugares, otros músculos y me encuentro con que ahora puedo hacer más repeticiones, sostener mejor mi peso o levantar uno mayor que antes.






Es una puerta que se desliza y me ofrece una posibilidad de entregarme a la distancia de la que ya he sido parte desde niña, al silencio abierto en el entre, en el océano que separa continentes, en los ritmos de las horas corridas en el huso horario; sin esforzarme por intentar agarrarme más que a esta barra en la que entreno la Fuerza en la que me sostengo ahora para no prenderme de otras cosas.
La distancia, con toda su potencia, realza con fuerza lo Vital y me deja verlo con mayor detalle; como cuando me alejo de una pared y puedo ver un mosaico completo. Lo que se sostiene y permanece, emerge desplazando capas inmensas de agua. Es una ballena que aparece de las profundidades y se hace presente con toda su belleza para contarme sin duda lo que se va fortaleciendo en la lejanía. Las conversaciones que se intensifican, los audios largos para escuchar mientras me desplazo, los mensajes asincrónicos y en ocasiones intermitentes -no por eso menos contundentes- que siguen enviando amor. Hay una del mismo tamaño que se sumerge para llevarse lo que se desmorona y se diluye en la inmensidad oceánica que ha abierto este viaje. Interacciones menguantes, palabras que se quedan en la superficie de los días y no quieren seguir nadando adentro como lo hicieron hasta hace dos meses; silencios que cubren lo que antes tenía miradas, abrazos, sonrisas, contacto, lágrimas.
Si me detengo y respiro después de los saltos y las inmersiones de las ballenas,
es enorme el alivio que trae el agua clara de la distancia.
Si me detengo y dejo que me recorran también las lágrimas,
mis manos se abren para que sigan corriendo las aguas.
Si me detengo y me tomo esta distancia puedo,
con el dolor que corresponda y la soltura que me exija,
digerirlo e integrarlo.
Tomar la distancia entonces y la ofrenda que me hace la vida con ella, como antídoto para que las manos no sigan tomándose aquellas migajas de lo que desharinado, ya se ha ido.